¡Lice, los dioses oyeron mis plegarias!
¡Me escucharon los dioses, Lice: te estás poniendo vieja!
Aunque todavía quieras parecer bonita,
aunque bailés y tomés sin recato alguno
aunque invoqués con tembleque canto al indiferente Deseo.
Él se ocupa de los preciosos cachetes de Quía,
(ese carocito que pulsa tan bien la cítara),
pero esquiva, incómodo, las resecas encinas:
se escapa de vos, de tus dientes amarillos,
de tu nevada melena,
de las arrugas que afean.
No existe púrpura de Cos, ni piedra preciosa
capaz de devolverte aquellos tiempos,
de una vez y para siempre por todos registrados,
que encorsetaron la fugacidad del día.
¿Dónde está Venus?
¿Hacia dónde huyeron tus colores?
¿Qué fue de la manera que tenías de caminar?
¿Te queda algo de aquella que desencadenaba pasiones,
de esa mujer que me había arrebatado el corazón?
¿Hubo acaso, después de Cínara,
alguna carita más linda,
más famosa por su seductor encanto?
Quiso el destino que Cínara viviera pocos años,
pero Lice durara tanto como los vetustos cuervos,
para que los muchachos pudieran soltar carcajadas
cuando vieran la antorcha consumida en cenizas.
Audiuere, Lyce, di mea uota, di
audiuere, Lyce: fis anus, et tamen
uis formosa uideri
ludisque et bibis impudens
et cantu tremulo pota Cupidinem
lentum sollicitas. Ille uirentis et
doctae psallere Chiae
pulchris excubat in genis.
Importunus enim transuolat aridas
quercus et refugit te quia luridi
dentes, te quia rugae
turpant et capitis niues.
Nec Coae referunt iam tibi purpurae
nec cari lapides tempora, quae semel
notis condita fastis
inclusit uolucris dies.
Quo fugit Venus, heu, quoue color, decens
quo motus? Quid habes illius, illius,
quae spirabat amores,
quae me surpuerat mihi,
felix post Cinaram notaque et artium
gratarum facies? Sed Cinarae breuis
annos fata dederunt,
seruatura diu parem
cornicis uetulae temporibus Lycen,
possent ut iuuenes uisere feruidi
multo non sine risu
dilapsam in cineres facem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario